Vivimos en una sociedad donde la imagen y el reconocimiento personal parecen estar por encima de los valores espirituales. En el entorno cofrade, donde el servicio y la humildad deberían ser los pilares fundamentales, cada vez es más evidente la presencia de personas que buscan alimentar su ego, dejando en un segundo plano la esencia del cristianismo y la verdadera devoción.
Cuando el Ego Supera la Fe
El objetivo de una hermandad o cofradía es vivir la fe en comunidad, servir a los demás y rendir culto a Dios. Sin embargo, en muchos casos, se convierte en un escenario de competencia y protagonismo desmedido. Las disputas por cargos, los favoritismos y la constante necesidad de reconocimiento pueden llegar a desvirtuar la razón de ser de estas instituciones.
Es triste ver cómo algunas personas parecen más preocupadas por su estatus dentro de la hermandad que por el mensaje de amor y servicio de Cristo. Se enaltecen por el puesto que ocupan, por la túnica que visten o por el protagonismo en los desfiles procesionales, olvidando que la mayor grandeza en la fe es la humildad y el servicio desinteresado.
¿Dónde Queda el Ejemplo de Jesús?
Jesús nos enseñó con su vida que la verdadera grandeza está en el servicio. Lavó los pies de sus discípulos, se rodeó de los más humildes y entregó su vida por amor. Sin embargo, muchas veces en nuestras cofradías se actúa en sentido contrario: se buscan honores, se lucha por privilegios y se deja de lado el espíritu de comunidad y fraternidad.
Nos encontramos con actitudes como la falta de perdón entre hermanos, la vanidad en el vestir y en los cargos, e incluso la exclusión de quienes no encajan con ciertas élites dentro de las hermandades. Todo esto nos aleja del verdadero sentido de la vida cristiana y nos convierte en fariseos modernos, más preocupados por la apariencia que por la esencia.
Recuperemos la Humildad y el Verdadero Espíritu Cofrade
Es momento de hacer una profunda reflexión y preguntarnos: ¿Por qué estamos en una hermandad o cofradía? ¿Para servir o para ser servidos? Si realmente queremos honrar a Cristo, debemos dejar de lado los egos y volver a los valores fundamentales de nuestra fe: humildad, servicio y amor al prójimo.
El mayor reconocimiento no está en los aplausos ni en los cargos, sino en la satisfacción de saber que hemos servido con un corazón sincero y desinteresado. Solo cuando dejemos de lado la búsqueda de reconocimiento personal, podremos vivir nuestra fe de manera auténtica y contribuir a que nuestras hermandades sean verdaderas comunidades de amor y devoción.
Es tiempo de recordar quiénes somos y a quién servimos. Que nuestro testimonio como cofrades sea reflejo del amor y la humildad de Cristo, y no del deseo de engrandecer nuestro propio nombre.
Fotografía: Manuel Arroyo Algar