Cuando la Vanidad Sustituye la Devoción: Un Llamado a Recuperar la Esencia Cofrade

Así de claro, con la verdad, «su verdad» como él refiere. Victor García-Rayo comenzaba el programa de La Pasión que podemos ver todos los martes en 7TV.

¡Qué gran razón! No se puede hablar más claro y sincero con lo que está ocurriendo en las cofradías. ¿Quiénes somos nosotros para robar el protagonismo a Cristo y su Santísima Madre? Pues sí, parece que nos creemos alguien, y ese afán de ser reconocidos, alimentado por la vanidad, está haciendo que algunas personas no estén al servicio de la cofradía, sino que se sirvan de ella para obtener el bien más preciado por algunos: «tener un gran ego».

Este ego, al que ya nos referíamos en ocasiones anteriores, se ha convertido en una amenaza silenciosa dentro de nuestras cofradías. Un ego que no solo está matando valores, sino también el verdadero significado de las palabras «católico» y «cofrade». Mientras los bares se llenan para hablar de cofradías, el Santísimo Cristo pasa desapercibido. Los cultos con gran escasez de hermanos y las formaciones que ofrecen las cofradías, en lugar de servir como espacios de encuentro espiritual, se han vaciado de ese sentido de comunión y amor fraternal.

¿Qué ha pasado con el espíritu de unión y servicio que predicó nuestro Señor? En el evangelio de Mateo (22:36-39), se nos recuerda la importancia de amar al Señor con todo el corazón, el alma y el espíritu, y de amar al prójimo como a uno mismo. Estos mandamientos, que deberían ser el fundamento de nuestra existencia y nuestras tradiciones, parecen haber quedado en un segundo plano frente a intereses vanidosos y personales.

Ya no leemos la Biblia con la devoción que una vez caracterizó nuestras reuniones; ni en Cuaresma, ni en los días santos, parece que tengamos el mismo fervor que nos enseñó el catecismo. Se nos ha olvidado el Padrenuestro y, con él, la humildad que debe acompañar cada palabra pronunciada en nombre de Dios. En una sociedad que cada vez se muestra más escasa de valores, hablar de Dios en público parece convertirse en un acto de valentía, e incluso, para algunos, en una vergüenza.

Pero, ¿acaso no deberíamos estar siempre agradecidos con Dios, por cada bendición recibida y por el legado espiritual que nos han dejado? Las cofradías, que en su esencia son un llamado a la reflexión, a la unión y al servicio desinteresado, están en peligro de perder su verdadero propósito si no recordamos que lo principal es la fe y el amor al prójimo.

El reto que tenemos hoy es reconectar con ese sentimiento genuino, dejando de lado el ego y la búsqueda de reconocimiento personal. Solo así podremos devolver a nuestras cofradías el valor que han tenido siempre: ser faros de luz en una sociedad que tanto necesita de esperanza y solidaridad. Es momento de retomar la lectura de la palabra de Dios, de entender que cada acto, cada gesto, debe estar impregnado de la verdadera pasión y entrega que nuestro Salvador nos enseñó.

Con humildad y devoción, volvamos a poner a Cristo y a su Santísima Madre en el centro de nuestras vidas, y hagamos de nuestras cofradías un reflejo auténtico del amor y la caridad que se predican en el evangelio.

Fotografía: Benito Álvarez